Mis puntadas

«Mi cuerpo nunca ha sido perfecto y menos perfecta he sido en aceptarlo tal cual es. Desde la adolescencia padezco una de las patologías de los tiempos: juzgar, criticar y sufrir mi cuerpo en lugar de cuidarlo, acogerlo y disfrutarlo.»

Hace cuatro años compré una máquina de coser. Aunque solo he tomado una clase, me encanta el proceso de buscar telas, hacer el diseño en mi mente, patronar, cortar y coser. La mitad de las prendas que hago quedan mal y en prácticamente todos los casos hay algún momento del proceso en que me equivoco. El resultado es que puedo pasar tanto tiempo cosiendo como descosiendo o que el producto final no me entre o quede demasiado holgado. No detallo estos errores para denostar mis capacidades sino porque, sencillamente, así es como ocurre.  Coso porque me gusta y convivo de buen humor con las meteduras de pata que comento al hacerlo.

Coser ropa no solo tiene el reto de hacer algo para lo que mi cerebro no parece tener habilidades naturales. Toma infinitamente menos tiempo comprar una falda que elaborarla y lucen mejor las blusas de marca conocida que las que hago en casa. Coser, en mi contexto, es poco eficiente y resta productividad a propósitos más rentables o generosos. Con lo que gano en cuatro horas de trabajo puedo comprar una pieza de mejor calidad que las prendas chuecas que coso en el mismo tiempo; así que, si fuese un tema de lógica, regalaría mi máquina en este mismo momento. En mi caso, diseñar, cortar y confeccionar no es un asunto de productividad o de creatividad y talento. Mis alicientes son otros. Combinar texturas, colores y diseños me da placer. Siento una corriente de gozo al hacer maridajes de colores y estampados de telas y la sensación solo aumenta cuando las veo reunidas en un objeto o prenda. Comer algunos postres me da un placer similar, pero éste se desvanece rápidamente o convierte en grasa en mi cintura.

El segundo motivo por el que ahora coso fue inesperado. Coser me invita a ver mi cuerpo con objetividad y a hacer las paces con sus medidas y proporciones. Mi cuerpo nunca ha sido perfecto y menos perfecta he sido en aceptarlo tal cual es. Desde la adolescencia padezco una de las patologías de los tiempos: juzgar, criticar y sufrir mi cuerpo en lugar de cuidarlo, acogerlo y disfrutarlo. Este padecimiento es tan cruel como indignante y, tras 30 años de padecerlo, ya no se me antoja culpar a los demás. Es cierto que a las mujeres se nos juzga y tasa mayormente por apariencia externa y que la publicidad vende un ideal aspiracional de belleza que es de blanquita, esbelta y alta. Ni hablar de la torpeza o crueldad con la que algunos hombres se relacionan con la apariencia femenina. Pero, ante el contexto y condicionamiento debería imponerse el criterio y éso es lo que me ha faltado para aceptarme como soy y asumir mi cuerpo con sus formas y volúmenes propios.

La primera vez que usé la cinta métrica para tomar mis medidas sufrí; no quería conocer la diferencia exacta entre el ideal anhelado y la precisión centimétrica de mi figura. Puesto que la cinta no esconde la individualidad del cuerpo como lo hacen las tallas comerciales, las medidas exactas representan un talle que es propio y único. Para mi sorpresa, descubrí que tomarse las medidas para, posteriormente, hacer una prenda que las refleja y realza es un rito tan agradable como liberador. Los números en la libreta de notas y su expresión en tela y diseño dejan de ser juicios y se convierten en conversación amable con las dimensiones y geografía corporal. La ubicación y dirección de la pinza dialoga gentilmente con la forma del trasero y el largo que se decide para la falda lo hace con la estatura. Mis manos cosen para mi cuerpo y lo hacen con el mismo respeto que lo harían si éste fuese talla 0 ó 16.

Si pudiese cambiar una cosa de mi adolescencia sería ésa; me extirparía la obsesión de acercarme al canon impuesto y me haría estar a gusto con mi cuerpo. Pero no puedo hacerlo, como no puedo cambiar los efectos que la insatisfacción tuvo posteriormente en mi bienestar. Lo único que me queda por hacer es cambiarlo ahora, relativizar la importancia de la imagen, retirarme del campo de batalla autoimpuesto y cultivar una relación más sana y feliz con mi peso y medidas. Debo hacerlo en el contexto de mi feminidad y personalidad, que no aceptan costales de papas por atuendo. 

Mi máquina de coser y el pasatiempo de la costura han resultado ser mucho más que un pasatiempo. Conocer y practicar el proceso de diseño y confección de ropa me ha regalado un espacio placentero y saludable de conexión con mi cuerpo. Lo que elaboro para mí no es perfecto, pero se basa en el respeto por mis formas y refleja la intención de vestirlas no solo con ropa, sino con aceptación… y ese combo me parece el mejor atuendo posible.

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